“El Delegado del Partido Revolucionario Cubano,- del Partido que mantiene la unión de los antillanos revolucionarios para impedir, con una guerra de espíritu público, el triunfo de una independencia nominal y fugaz, por no llevar en sí el aliento y los modos y el propósito de la república,- es el mismo hombre que a raíz del Zanjón[1] concentró en torno suyo los cubanos sagaces que convenían en la necesidad de mantener compactas, para la lucha decisiva, las fuerzas de una guerra en que causas efímeras y personales vinieron a hacer posible la tregua innecesaria; el mismo hombre que, al día siguiente de caer con el movimiento imperfecto de 1880, convidaba a los jefes prestigiosos del extranjero, y a los cubanos más señalados de la Isla, a ordenar desde entonces, desde hace doce años, los elementos de opinión y de fuerza, para alzarse en seguro con la colonia podrida y minada; el mismo hombre que en hora difícil, sin ira en el corazón, prefirió mantener la justicia de respetar al país y convidarlo cuando se le llevaba a la guerra que lo trastornaría, a la gloria insuficiente de llevar al país temeroso una guerra oscura y ciega; el mismo hombre que, por encargo de los compatriotas con quienes residía, propuso a las emigraciones, hace tres años, la conveniencia de fijar, campaña franca y unida, los principios de utilidad pública, y los métodos democráticos y cordiales, con que servían a la patria sus hijos emigrados. Y al ser honrado por distinción que ninguna otra pudiese superar, con la representación visible del Partido Revolucionario Cubano, él sabrá, sin duda en acuerdo estricto con su propia historia, y en obediencia al mandato expreso de sus compatriotas, guiar las fuerzas revolucionarias, en el período de su gestión, de modo que sean la única ayuda y no el mayor peligro, de la patria amada; de modo que incluyan, para el poder de hoy y la paz de luego, los elementos todos del país, en la proporción de la justicia de modo que la guerra que se ordene, sea la guerra republicana e impersonal, germen de la república segura, y dispuesta en acuerdo con la voluntad y los intereses legítimos de la patria.”
Periódico “Patria”, 23 de abril de 1892[2]
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