Hace 126 años los cubanos volvieron a la manigua redentora para completar la obra que los “zanjoneros” impidieron, era la continuación de la lucha por la independencia, por el único modo que era posible entonces, la lucha armada, ante el empecinamiento de la metrópoli española, por mantener a la “Siempre fiel isla de Cuba” como parte de la Corona.
Esa era la obra proselitista de José Martí, capaz de unir a todos los cubanos que querían la independencia en un continente que solo conservaba a esta isla y la de Puerto Rico como posesiones coloniales.
Aquel día glorioso, acordado por los conspiradores, era domingo de carnaval en Cuba y el fin era facilitar la movilización de la mayor cantidad de patriotas hacia los campos insurrectos.
Ese 24 de febrero, la mayor resonancia del alzamiento se produjo en la región oriental, donde hubo alzamientos simultáneos en la finca La Confianza, en Guantánamo liderada por Pedro Agustín Pérez; en Santiago de Cuba, donde el bravo Guillermón Moncada se alzó con los suyos, para cumplir con su palabra empeñada, a pesar de su grave tuberculosis que pocos días después lo mató; en la finca Santa Rita, Bartolomé Masó junto a los conspiradores de las gloriosas comarcas de Bayamo y Manzanillo, se levanta en armas contra el régimen colonial y en Baire, se produjo el más mediático de los pronunciamiento, el que le dio nombre al movimiento insurreccional (“Grito de Yara”) que lideraba en Cuba Juan Gualberto Gómez y desde la emigración José Martí y la pléyade de veteranos que junto al Partido Revolucionario Cubano hicieron suya la causa de su patria.
Hubo alzamiento en la región central y en Matanzas, los habaneros comprometidos apenas pudieron salir de la ciudad, mucho de ellos para ser rápidamente apresados, entre ellos Juan Gualberto y Manuel Sanguily, pero el oriente estaba en pie, los alzados de Guantánamo tuvieron su bautismo de fuego ese mismo día y el resto supo sostenerse a sangre y fuego hasta la llegada de los grandes líderes revolucionario: Martí, Gómez y Maceo, que llegados en abril pudieron sostener y llevar adelanta la guerra por la independencia.
Comenzaba una guerra intensa que llenó de gloria a un pueblo poco numeroso que apenas llegaba al millón de habitantes y tuvo que enfrentar el sacrificio de la “tea incendiaria” para cortar la base económica de la metrópoli, un tercio de la población murió en el empeño y la decisión revolucionaria de Gómez y Maceo trajo la guerra hasta las puertas de La Habana, era la determinación de un pueblo, el legado que hoy con orgullo tenemos y que estamos dispuestos a defender los que en él creemos.
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