"La anunciación" de Antonia Eiriz
Cuando
en 1991 comenzó a “sonar” una idea diabólicamente nueva de eternización del
capitalismo por encima de los ideales socialistas y comunistas, eran muy pocos
los que sabían a qué “mundo nuevo” nos estábamos enfrentando en la última
década del siglo XX, el siglo del capitalismo pleno con virtudes y defectos, el
capitalismo del individualismo salvaje y de las oportunidades para los elegidos por ese Santo Grial que es
la sociedad de consumo, el sistema de estrella, donde cada uno “tiene su
pequeña oportunidad”, para luego ser reciclado por otros que están esperando su
momento, no importa en cual, ni cómo se llega: en la cultura, los negocios
limpios, los sucios, la trata de personas, la venta de armas, la estafa, la
evasión de impuesto, la pornografía, la prostitución, el robo a mano armada o
de “cuello blanco”, todo era y es válido, mientras no te llegue la justicia
prejuiciada y sectaria que no tendrá
vendaje en los ojos y oídos agudos para juzgar, sino intereses que cuidar,
grupos a quienes servir y poder que lograr.
En ese escenarios, nos tocó a los cubanos,
abrir los ojos, salir de un sueño, bello pero igual de idealista, la Revolución
Cubana: el “período especial” cubano, década de los 90 y sus secuelas, fue un
salir de proyecto hermoso y justo, a un mundo que podía o no interesarse por la
sociedad cubana, pero que igual influyó e influye en nuestra adaptación a ese
mundo para tratar que las justicia social alcanzada tuviera algo más que un
valor simbólico y todo aquello por lo que habíamos luchado no fueran meras consigna
de ocasión.
A ese mundo se abre la postmodernidad cubana,
pendular en cuando a su adaptación al mundo en que se desarrolla, obsoleta en
cuando a modos de distribuir riquezas, sin crear desigualdades y monolítica en
su núcleo duro para seguir adelante sin perder lo logrado y evadiendo los obstáculos
que los poderes hegemónicos del “norte revuelto y brutal” nos sigue poniendo.
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