Para
los que hemos crecido toda la vida (o casi) dentro del proceso revolucionario
cubano, es hora ya de recordar y pasar revista a lo ganado, lo perdido y lo
deseado.
Lo ganado es por sabido aburrido para los que
viven en esta isla, crecimos como pueblo, aprendimos que teníamos dignidad
colectiva y que era hermoso soñar con una utopía de país igualitario, de “derechos
fundamentales”, aunque por el camino se quedarán algunos deseos y derechos
individuales, que en medio de la euforia justiciera, no creímos necesario
defender, bien porque había otras prioridades o porque el enemigo, real y
sobredimensionado podía aprovecharse de esas debilidades para dividirnos o
simplemente anularnos como pueblo, eso que en mi tiempo se llamaba “diversionismo
ideológico”, concepto político del cual estoy muy claro, pero que fue aplicado
sin ton ni son a todas las esferas de la vida del cubano sesentón hacía atrás.
En cada momento en que una crítica se hizo
incomoda, esa fue la base de la “doble moral”, ese modo ético de actuar cuando
se quiere vivir con un poco de comodidad, aunque se corriera el peligro de ser
tildado de “pequeño burgués”, da risas, un pequeño burgués con libreta de
abastecimiento y un “todo incluido social” que funcionaba en la mente como un
acomodado adormecimiento para no ver lo mal hecho.
De aquellos vientos son estas tempestades
éticas que hoy nos azotan, la familia
era importante siempre y cuando se “integrara” más a lo político que a su papel
de formar la personalidad individual de
los miembros menores, que un día llegados de las “becas” nos verían como
extraños de fines de semana que apenas sabía de nosotros.
Censuras, verdades a medias, ateísmo aparencial,
integración grupal y colectiva y una crisis de éxodo cada diez años, a modo de
escape para los enajenados, era el modo de convertirse de “hombre nuevo” es “escoria”,
en medio de un intenso y duro ámbito social donde la cortedad espiritual estaba
provocada por el exceso de promoción del “futuro luminoso” que nunca llegó.
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