Se mueven por estos días en los diversos medios de comunicación noticias referidas a los Juegos Olímpicos, que en su versión 32 ocupan por segunda vez la capital de Japón, es por eso que traigo a colación las impresiones de nuestro José Martí sobre el deporte de su época en atinados comentarios sobre las actividades deportivas que conoció durante su estancia en la ciudad de Nueva York.
Se entrega al periodismo fecundo en estos último quince años de su vida, sus crónicas serán la palabra advertidora, la admiración comedida, la sentencia atinada, la propuesta novedosa o la utopía que hoy asombra y el deporte no faltó en sus crónicas.
A los dueños de periódicos, en Venezuela, Argentina, México o en otras ciudades de Hispanoamérica y los Estados Unidos, aquella audacia de palabras con criterios nuevos y juicios certeros, sonó muchas veces exagerados y pidieron mesura al cronista de 120 from Street[1], ese que hizo de vigía atento y alerta que marca el rumbo, aunque aquellos intelectuales encandilados por el gran “progreso de los Estados Unidos”, quería oír más sobre los avances vertiginosos que añoraban, que del precio social que debían pagar por ello.
Asombra su mirada sobre el mundo lúdico que el capitalismo norteamericano potencia en la enorme Babel de Hierro, los nacientes espectáculos semi-deportivos en el que la competencia por el dinero vuelve brutal el esfuerzo de los pugilistas a puños descubiertos y pocas reglas, en tanto los “caminadores” corren hasta desfallecer día y noche, ante un público que recuerda al cronista la barbarie del circo romano. Más allá su mirada enjuicia el deporte universitario, serio en principio y nacido por la necesidad del desarrollo físico del estudiante, razones que el cronista aplaude, pero se preocupa ante el crudo antagonismo, la compulsión desmedida al triunfo y las ganancias en dinero de aquellos jóvenes, que en muchos casos abandonan su futuro profesional por la renta de sus músculos y habilidades en los equipos profesionales de béisbol, fútbol americano y en otras competiciones ya organizadas en los Estados Unidos.
Mientras en Europa Pierre de Courbetin intenta hacer renacer los Juegos Olímpicos e impulsa el desarrollo de la ejercitación física y los deportes en colegios y universidades, como fin de hacer crecer sana a la juventud, alejada de los vicios y apoyada en los nobles ideales de los antiguos griegos, que tenían como lo más importante la competencia para mostrar las habilidades, triunfar para la gloria de sus polis, por una corona de laurel o una rama de olivo.
En Nueva York José Martí echa de menos los nobles fines del deporte clásico y lo compara con las rudas luchas que ve en las ciudades norteamericanas, movidas por las apuestas y el brillo de la recompensa en metálico al cruel vencedor.
Duro es su juicio a estas prácticas deportivas, degeneradas y ásperas, unas por lo brutal y desmedido, otras por alentar de las apuestas, ruina de los humildes y fuente de ingresos de los apostadores profesionales. Esa no es la competición que él desea.
Los ejercicios físicos y la práctica del deporte ennoblecen y benefician al ser humano, el comparte esas ideas y en medio de su desaprobación, enaltece el juego como actividad humana primordial y nos recuerda que los antiguos pueblos, aquí o allá siempre han tenido costumbres lúdicas para que muestre el humano cuan hábil es, que preparado está para defender a los suyos o para honrar a dioses y antepasados en ceremonias que los glorifica por su manera de ser el más fuerte, el más ágil, el más hábil.
Él también quiere un ser humano de “mente sana en cuerpo sano” y no se limita a decirnos que en los Estados Unidos el juego es un modo de distracción y que en Nueva York, los días de asueto y feria, se ve en cada esquina a un grupo que juega a la pelota, como ya él llama al béisbol, o la “pelota de pie”(fútbol americano), o a la “pelota de césped”(tennis); ve las muchedumbres en domingo buscando trenes y vapores para ir a la playa o al campo y vuelve a observar el juego de los niños y adultos, disfrutando al aire libre como pueden, y la mirada se le va detrás de los yates de orgullosas velas o con los remeros veloces y titánicos que entrena para las regatas con los colegios rivales.
Ve con asombro y simpatía a las muchachas de un colegio de avanzada, ocuparse no solo de las industrias domésticas, sino del ejercicio del cuerpo en caminatas gratificantes por la naturaleza o con los remos, buscando, como sus pares masculinos, que la salud llegue al mismo tiempo que la sabiduría.
Este es el cronista deportivo que pocos conocen en nuestra Cuba, el hombre al que nada humano le fue ajeno y al que cada esfuerzo y triunfo de cubano, glorifica por lo que él significa para nosotros.
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