No hay cosa más bella que amar a los ancianos; el
respeto es un dulcísimo placer.
José Martí
Hoy es el
Día Internacional del Adulto Mayor y quiero pensar desde mi edad, 67 años, lo
que quiero para mí y mis contemporáneos y los que nos son mayores, yo fui nieto
y ahora soy abuelo y hay muchas cosas que me preocupan con los muchos que hemos
llegado y llegaremos a este grupo etario.
Para muchos somos un “problema de la sociedad”,
cuando deberían están pensando que somos un “logro social” de la Revolución,
que ha permitido que la esperanza de vida en Cuba rebase los 70 años y que hoy
no somos el viejo analfabeto y semi analfabeto que tenía la vida como único
caudal de conocimiento, somos más, personas que nos formamos profesionalmente,
con un pensamiento más abierto al mundo, que soñamos con ese mundo mejor y
posible que no alcanzamos del todo pero que nos deja un caudal de sabiduría que
podemos seguir aportando.
Somos muchos pero la “invisibilidad” parece
ser el lugar al que nos relegan nuestros hijos y nieto en un fenómeno que se da
a nivel de la familia, que casi nunca se cuenta con el viejo para hacer planes
que le conciernen y le afectan con una desconsideración digna de quien cree no
llegará nunca a esta edad, considerándolos un estorbo y cuando menos un
problema más.
Pero en los centros de trabajo, apenas estamos
llegando a la edad de jubilación está el constante asedio para señalarnos los
años y la “posibilidad” de que “nos quedemos tranquilo en la casa”, sin tener
en cuenta nuestros intereses, motivaciones y capacidades.
“Ya viviste” es el insulto mayor a una persona
que rebasa los 65, como expresión de, “ya estorba, déjale el camino a otro”.
Por mi parte sigo haciendo planes, trabajando
mientras el cuerpo aguante y preparándome como el primer día para el reto de
mañana.
Les propongo un texto de Leticia Martínez Hernández aparecido en el
diario Granma hace ya algunos años, sin nostalgia recuerden que no nacimos
viejos, sino que crecimos y como los grandes bosques somos los árboles más
frondosos:
Abuelos
Leticia Martínez Hernández
“Me recuerdo de niña sentada en el sillón cosiendo el
dobladillo de la saya de uniforme. Mi abuela Rosa me había enseñado a hacer la
pata de gallina, y creyéndome la gran costurera no dejaba que nadie me
auxiliara. Para ganar tiempo ensartaba la aguja con el hilo más largo del
mundo, y abuela siempre decía, bajito como ella solo sabía hacerlo: "niña,
esa es la hebra del haragán".
“Al final siempre tenía que darle la razón. El dolor
en mi mano por estirar aquel hilo tan largo, además de los nudos que se me
armaban, confirmaban la sabiduría de abuela, la misma que me enseñó a sembrar
plantas, a hacer bolitas de gofio con azúcar, a cortar bien las flores, a amar
a mi país, a ser humilde...
“Era ella la abuela que aun sin haber estudiado mucho,
sabía de todo. Y eran tan sorprendentes sus métodos para enseñar que una vez la
escuché instruyendo a mi hermano más pequeño en el "arte de abrazar".
Le decía que abrazara siempre como lo hacía Fidel, "fuerte y con
palmaditas en la espalda".
“Por ella supe, sin consignas por el medio, que hubo
tiempos tan difíciles que no había ni panes ni peces para compartir. Con sus
cuentos la imaginé sobre el banquito al que se subía para alcanzar la meseta y
fregar los platos en la casa donde trabajaba. En sus manos divisé las
magulladuras que le provocaron tantos años despalillando tabaco. Y en sus ojos
faltos de vista supe del tiempo que pasó sola escudriñando las letras hasta
aprender a leer.
“Por eso ahora, cuando escucho con tanta frecuencia
que Cuba es uno de los países más envejecidos del mundo, no puedo más que
alegrarme por tal suerte. Confirmar que tantos años de Revolución han hecho que
los cubanos podamos vivir más tiempo entre los nuestros, es un privilegio casi
único. Habernos llenado de abuelos tiene que ser motivo de satisfacción, además
de un impulso a la ocupación, tanto del Estado como de la familia, por tenerlos
atendidos y saludables.
“Es incompleta la felicidad del hogar que no cuenta
con uno de esos seres sublimes, porque aún con el paso lento, la voz queda o
los ojos cansados son como el caminante que después de llegar a la cima, alerta
sobre cada escollo del camino. Saberlos escuchar es un arte, venerarlos una
máxima.
“Sin embargo, este mundo moderno, agitado, no apto
para lo que envejece, muchas veces pone sobre los ancianos el manto de lo
invisible. Sería oportuno preguntarnos cuántas veces les pedimos su opinión
para cualquier asunto del hogar; cuántas veces violentamos sus horarios ante
otras urgencias cotidianas; o cuántas veces respondemos con dureza por alguno
de sus olvidos.
“Todo ello sin pensar en las necesidades afectivas de
estos hombres y mujeres que han llegado a vivir tantos años. Más que eso, sin
detenernos a considerar que la vida pasa, y sin siquiera darnos cuenta, pronto
seremos los del paso lento, la voz queda y los ojos cansados.
“Por eso cuando ahora recuerdo a la abuela Rosa lo
hago con el alma plena. Crecí en un hogar donde ella siguió siendo reina aun después
de su partida. Y muchas de estas tardes cuando el calor no agobia y la brisa se
cuela por alguna rendija, la repaso sonriendo entre sus plantas, también la
evoco radiante entre los hijos y nietos que tanto la quisieron.”
Periódico Granma, La Habana 7 de febrero de 2013, pág.
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