lunes, 1 de octubre de 2018

ABUELOS, HORCÓN DE LA VIDA





No hay cosa más bella que amar a los ancianos; el respeto es un dulcísimo placer. 
José Martí 


Hoy es el Día Internacional del Adulto Mayor y quiero pensar desde mi edad, 67 años, lo que quiero para mí y mis contemporáneos y los que nos son mayores, yo fui nieto y ahora soy abuelo y hay muchas cosas que me preocupan con los muchos que hemos llegado y llegaremos a este grupo etario.
 Para muchos somos un “problema de la sociedad”, cuando deberían están pensando que somos un “logro social” de la Revolución, que ha permitido que la esperanza de vida en Cuba rebase los 70 años y que hoy no somos el viejo analfabeto y semi analfabeto que tenía la vida como único caudal de conocimiento, somos más, personas que nos formamos profesionalmente, con un pensamiento más abierto al mundo, que soñamos con ese mundo mejor y posible que no alcanzamos del todo pero que nos deja un caudal de sabiduría que podemos seguir aportando.
 Somos muchos pero la “invisibilidad” parece ser el lugar al que nos relegan nuestros hijos y nieto en un fenómeno que se da a nivel de la familia, que casi nunca se cuenta con el viejo para hacer planes que le conciernen y le afectan con una desconsideración digna de quien cree no llegará nunca a esta edad, considerándolos un estorbo y cuando menos un problema más.
 Pero en los centros de trabajo, apenas estamos llegando a la edad de jubilación está el constante asedio para señalarnos los años y la “posibilidad” de que “nos quedemos tranquilo en la casa”, sin tener en cuenta nuestros intereses, motivaciones y capacidades.
 “Ya viviste” es el insulto mayor a una persona que rebasa los 65, como expresión de, “ya estorba, déjale el camino a otro”.
 Por mi parte sigo haciendo planes, trabajando mientras el cuerpo aguante y preparándome como el primer día para el reto de mañana.
 Les propongo un texto de  Leticia Martínez Hernández aparecido en el diario Granma hace ya algunos años, sin nostalgia recuerden que no nacimos viejos, sino que crecimos y como los grandes bosques somos los árboles más frondosos:

Abuelos
Leticia Martínez Hernández
“Me recuerdo de niña sentada en el sillón cosiendo el dobladillo de la saya de uniforme. Mi abuela Rosa me había enseñado a hacer la pata de gallina, y creyéndome la gran costurera no dejaba que nadie me auxiliara. Para ganar tiempo ensartaba la aguja con el hilo más largo del mundo, y abuela siempre decía, bajito como ella solo sabía hacerlo: "niña, esa es la hebra del haragán".
“Al final siempre tenía que darle la razón. El dolor en mi mano por estirar aquel hilo tan largo, además de los nudos que se me armaban, confirmaban la sabiduría de abuela, la misma que me enseñó a sembrar plantas, a hacer bolitas de gofio con azúcar, a cortar bien las flores, a amar a mi país, a ser humilde...
“Era ella la abuela que aun sin haber estudiado mucho, sabía de todo. Y eran tan sorprendentes sus métodos para enseñar que una vez la escuché instruyendo a mi hermano más pequeño en el "arte de abrazar". Le decía que abrazara siempre como lo hacía Fidel, "fuerte y con palmaditas en la espalda".
“Por ella supe, sin consignas por el medio, que hubo tiempos tan difíciles que no había ni panes ni peces para compartir. Con sus cuentos la imaginé sobre el banquito al que se subía para alcanzar la meseta y fregar los platos en la casa donde trabajaba. En sus manos divisé las magulladuras que le provocaron tantos años despalillando tabaco. Y en sus ojos faltos de vista supe del tiempo que pasó sola escudriñando las letras hasta aprender a leer.
“Por eso ahora, cuando escucho con tanta frecuencia que Cuba es uno de los países más envejecidos del mundo, no puedo más que alegrarme por tal suerte. Confirmar que tantos años de Revolución han hecho que los cubanos podamos vivir más tiempo entre los nuestros, es un privilegio casi único. Habernos llenado de abuelos tiene que ser motivo de satisfacción, además de un impulso a la ocupación, tanto del Estado como de la familia, por tenerlos atendidos y saludables.
“Es incompleta la felicidad del hogar que no cuenta con uno de esos seres sublimes, porque aún con el paso lento, la voz queda o los ojos cansados son como el caminante que después de llegar a la cima, alerta sobre cada escollo del camino. Saberlos escuchar es un arte, venerarlos una máxima.
“Sin embargo, este mundo moderno, agitado, no apto para lo que envejece, muchas veces pone sobre los ancianos el manto de lo invisible. Sería oportuno preguntarnos cuántas veces les pedimos su opinión para cualquier asunto del hogar; cuántas veces violentamos sus horarios ante otras urgencias cotidianas; o cuántas veces respondemos con dureza por alguno de sus olvidos.
“Todo ello sin pensar en las necesidades afectivas de estos hombres y mujeres que han llegado a vivir tantos años. Más que eso, sin detenernos a considerar que la vida pasa, y sin siquiera darnos cuenta, pronto seremos los del paso lento, la voz queda y los ojos cansados.
“Por eso cuando ahora recuerdo a la abuela Rosa lo hago con el alma plena. Crecí en un hogar donde ella siguió siendo reina aun después de su partida. Y muchas de estas tardes cuando el calor no agobia y la brisa se cuela por alguna rendija, la repaso sonriendo entre sus plantas, también la evoco radiante entre los hijos y nietos que tanto la quisieron.”
Periódico Granma, La Habana 7 de febrero de 2013, pág. 3


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