José Martí. Dibujo de Carlos Enriquez
En
un mundo competitivo y digitalizado en el que fluye un torrente de información
que puede llegar a saturar y no enseñar, vale la pena acudir a José Martí, ese
adelantado cubano del siglo XIX que parece estar a nuestro lado proponiéndonos
como fórmula fundamental para esta educación
permanente, un ser humano preparado para aprender solo frente al contenido,
pero pertrechado con una “alta
espiritualidad y humanismo” como escudo
frente a la banalidad, el facilismo, el egoísmo y el camino fácil para alcanzar
el éxito.
Martí desde muy joven impartió clases y era
evidente que disfrutaba del oficio de enseñar, conoció las formas de la
enseñanza de su época, no solo las que se aplicaban en Cuba, con sus rezagos
escolásticos y las influencias más liberarles que aplicaban maestros de
avanzada, sino también que se mantuvo al tanto de los más adelantados métodos
didácticos y educativos que se aplicaban en Estados Unidos y Europa, a los
cuales sometió al criterio de la práctica cotidiana, de mucha mayor jerarquía
resulta su labor teórica dentro de la pedagogía.
Para él estaba claro que enseñar no era solo
trasmitir conocimientos, sino formar valores éticos y morales que hicieran del
alumno un mejor ser humano. Su magisterio fue permanente, disfrutando del
placer de trasmitir información y crear conciencia en los educandos, para él la
libertad individual del hombre tenía su base en su cultura y su compromiso con
su sociedad
Puede considerársele un precursor de los
métodos contemporáneos de enseñanza por el empleo de concepciones y
procedimientos novedoso en el acto de enseñar, que superaba los niveles de
desarrollo alcanzado por la didáctica y la metodología de su época.
Es notoria su novedosa manera de enseñar
gramática española para un grupo de adulto en una escuela nocturna de Nueva
York, para cuya enseñanza partió de la
lengua viva que conocían los hablantes, sin valerse de las reglas y manuales al
uso, porque su criterio era que de ningún lugar se aprendía más que de la vida
práctica.
Su periodismo abundante y valioso está regido
por un objetivo didáctico de mostrar el mundo, la sociedad, en sus cambios y
momentos de desarrollo, máxime cuando estaba inmerso en la sociedad de más
dinámico desarrollo tecnológico y científico de su tiempo, los Estados Unidos
de América. Para estos fines todo tema es propicio para desarrollar y difundir
conocimientos.
Allá por la década de los 70 del siglo XIX,
aparecen sus primeras reflexiones sobre temas educativos, aparecidas en la Revista Universal
de México bajo el seudónimo de Orestes y
en los 80 publica sus primeros artículos pedagógicos, uno de
ellos referido al maestro ambulante,
una novedosa idea entonces para que los niños del campo aprendieran sin
abandonar su medio; su acertado razonamiento lo lleva a la conclusión de que a
este niño campesino era necesario enseñarle cosas que le fueran necesaria en su
vida, sobre la naturaleza, la agricultura:
“Es necesario mantener a los hombres
en el conocimiento de la tierra y en el de la perdurabilidad y trascendencia de
la vida.”
“Ser
bueno es el único modo de ser dichoso.
“Ser culto
es el único modo de ser libre.
“Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita
ser próspero para ser bueno.
“Y el único camino abierto a la
prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los
elementos inagotables e infatigables de la naturaleza. La naturaleza no tiene,
celos, como los hombres. No tiene odios, ni miedo como los hombres. No cierra
el paso a nadie, porque no teme de nadie. Los hombres siempre necesitarán de
los productos de la naturaleza. Y como en cada región sólo se dan determinados
productos, siempre se mantendrá su cambio activo, que asegura a todos los
pueblos la comodidad y la riqueza”[1]
[1] “Maestro Ambulantes”,
revista La América, Nueva York, mayo de 1884. Obras Completas de José Martí/Tomo
VIII, p. 289
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