Cada hombre gana en su
vida un lugar en la sociedad, por ese lugar será juzgado por la posteridad,
querido, seguido, recordado o todo lo contrario, acorde con las ideas que
defendió o con el legado que dejó para la Historia, esa que con mayúscula marca
el devenir humano, aunque algunos
quieran negarla.
El 17 de junio de 1905 murió en La Habana
Máximo Gómez Báez, el campesino dominicano con inteligencia natural, fuerte
personalidad de mando e imprescindible en nuestras luchas libertarias del siglo
XIX.
Nació en Baní, República Dominicana el 18 de
noviembre de 1836 y desde muy joven optó por la carrera militar, primero en las
fuerzas dominicanas, luego al servicio de España cuando los dominicanos
decidieron regresar al dominio de España por temor a la invasión haitiana,
luego cuando el sentimiento de independencia fue más fuerte que el de seguridad
y los dominicanos quisieron ser nuevamente libres, Gómez permaneció en la
facción de quisqueyanos que prefirieron seguir junto a España, así llegó a Cuba
a la región oriental en la zona del Dátil donde se asentó con los suyos.
Algo dentro de él fue cambiando, el país de
adopción tenía como baldón a la esclavitud de los negros africanos, vio sufrir al hombre solo por su condición de
esclavo, sin derechos, vendido y comprado, asesinado si era preciso.
Ese fue el detonante del cambio y el
dominicano que fue soldado en su tierra y era campesino en la colonizada Cuba
se unió a las huestes mambisas luego de la clarinada del 10 de octubre de 1868
y Cuba ganó un defensor de sus libertades, un jefe para sus soldados, un
estratega para sus luchas.
Bajo su mando se formaron grandes figuras de
nuestra independencia, entre ellos los hermanos Maceo, Guillermón Moncada, Flor
Crombet y muchos otros que lo reconocieron siempre como el Generalísimo,
el general de las carga al machete, el
intransigente defensor de nuestra independencia.
Con él contó Martí para el reinicio de la
guerra en 1895, con Maceo hizo la hazaña
de llevar la guerra al occidente de Cuba
y luego se mantuvo irreductible en La Reforma asediado por miles de soldados
españoles hasta el fin de la guerra con la ocupación yanqui.
Fue el único de los grandes iniciadores que
sobrevivió a la guerra, manteniéndose en un espera razonable para ver que iba a
pasar con Cuba y su libertad, a su campamento vinieron a verlo como emisarios
del presidente McKinley, el periodista
Foster amigo del presidente yanqui y Gonzalo de Quesada.
Con él se habló para disolver al Ejército
Libertador, precario y necesitado después de la guerra y se enemistó con la
Asamblea Constituyente de la República en Armas que le negó autoridad y los
destituyó en 1899, el pueblo entero fue a la Quinta de los Molinos a
respaldarlo, la asamblea se disolvió y
Cuba quedó sin libertadores, ni organismo legal que la representara.
Divide y vencerás, esa fue la fórmula que
aplicó el interventor con los cubanos y Gómez cayó en esa trampa.
Pudo ser el primer presidente de Cuba y se
negó, cuando reaccionó al ver el caos que vino con el personalismo de Estrada Palma
y la omnipresencia norteamericana, encabezó las luchas políticas para tratar de
enmendar el error, en esa nueva batalla lo encontró la muerte, no sobre el
caballo de batalla sino en la tribuna política.
Ese es el Generalísimo el cubano por derecho
del que todos debemos estar orgullosos, honor y gloria.
Cada hombre gana en su
vida un lugar en la sociedad, por ese lugar será juzgado por la posteridad,
querido, seguido, recordado o todo lo contrario, acorde con las ideas que
defendió o con el legado que dejó para la Historia, esa que con mayúscula marca
el devenir humano, aunque algunos
quieran negarla.
El 17 de junio de 1905 murió en La Habana
Máximo Gómez Báez, el campesino dominicano con inteligencia natural, fuerte
personalidad de mando e imprescindible en nuestras luchas libertarias del siglo
XIX.
Nació en Baní, República Dominicana el 18 de
noviembre de 1836 y desde muy joven optó por la carrera militar, primero en las
fuerzas dominicanas, luego al servicio de España cuando los dominicanos
decidieron regresar al dominio de España por temor a la invasión haitiana,
luego cuando el sentimiento de independencia fue más fuerte que el de seguridad
y los dominicanos quisieron ser nuevamente libres, Gómez permaneció en la
facción de quisqueyanos que prefirieron seguir junto a España, así llegó a Cuba
a la región oriental en la zona del Dátil donde se asentó con los suyos.
Algo dentro de él fue cambiando, el país de
adopción tenía como baldón a la esclavitud de los negros africanos, vio sufrir al hombre solo por su condición de
esclavo, sin derechos, vendido y comprado, asesinado si era preciso.
Ese fue el detonante del cambio y el
dominicano que fue soldado en su tierra y era campesino en la colonizada Cuba
se unió a las huestes mambisas luego de la clarinada del 10 de octubre de 1868
y Cuba ganó un defensor de sus libertades, un jefe para sus soldados, un
estratega para sus luchas.
Bajo su mando se formaron grandes figuras de
nuestra independencia, entre ellos los hermanos Maceo, Guillermón Moncada, Flor
Crombet y muchos otros que lo reconocieron siempre como el Generalísimo,
el general de las carga al machete, el
intransigente defensor de nuestra independencia.
Con él contó Martí para el reinicio de la
guerra en 1895, con Maceo hizo la hazaña
de llevar la guerra al occidente de Cuba
y luego se mantuvo irreductible en La Reforma asediado por miles de soldados
españoles hasta el fin de la guerra con la ocupación yanqui.
Fue el único de los grandes iniciadores que
sobrevivió a la guerra, manteniéndose en un espera razonable para ver que iba a
pasar con Cuba y su libertad, a su campamento vinieron a verlo como emisarios
del presidente McKinley, el periodista
Foster amigo del presidente yanqui y Gonzalo de Quesada.
Con él se habló para disolver al Ejército
Libertador, precario y necesitado después de la guerra y se enemistó con la
Asamblea Constituyente de la República en Armas que le negó autoridad y los
destituyó en 1899, el pueblo entero fue a la Quinta de los Molinos a
respaldarlo, la asamblea se disolvió y
Cuba quedó sin libertadores, ni organismo legal que la representara.
Divide y vencerás, esa fue la fórmula que
aplicó el interventor con los cubanos y Gómez cayó en esa trampa.
Pudo ser el primer presidente de Cuba y se
negó, cuando reaccionó al ver el caos que vino con el personalismo de Estrada Palma
y la omnipresencia norteamericana, encabezó las luchas políticas para tratar de
enmendar el error, en esa nueva batalla lo encontró la muerte, no sobre el
caballo de batalla sino en la tribuna política.
Ese es el Generalísimo el cubano por derecho
del que todos debemos estar orgullosos, honor y gloria.
Cada hombre gana en su
vida un lugar en la sociedad, por ese lugar será juzgado por la posteridad,
querido, seguido, recordado o todo lo contrario, acorde con las ideas que
defendió o con el legado que dejó para la Historia, esa que con mayúscula marca
el devenir humano, aunque algunos
quieran negarla.
El 17 de junio de 1905 murió en La Habana
Máximo Gómez Báez, el campesino dominicano con inteligencia natural, fuerte
personalidad de mando e imprescindible en nuestras luchas libertarias del siglo
XIX.
Nació en Baní, República Dominicana el 18 de
noviembre de 1836 y desde muy joven optó por la carrera militar, primero en las
fuerzas dominicanas, luego al servicio de España cuando los dominicanos
decidieron regresar al dominio de España por temor a la invasión haitiana,
luego cuando el sentimiento de independencia fue más fuerte que el de seguridad
y los dominicanos quisieron ser nuevamente libres, Gómez permaneció en la
facción de quisqueyanos que prefirieron seguir junto a España, así llegó a Cuba
a la región oriental en la zona del Dátil donde se asentó con los suyos.
Algo dentro de él fue cambiando, el país de
adopción tenía como baldón a la esclavitud de los negros africanos, vio sufrir al hombre solo por su condición de
esclavo, sin derechos, vendido y comprado, asesinado si era preciso.
Ese fue el detonante del cambio y el
dominicano que fue soldado en su tierra y era campesino en la colonizada Cuba
se unió a las huestes mambisas luego de la clarinada del 10 de octubre de 1868
y Cuba ganó un defensor de sus libertades, un jefe para sus soldados, un
estratega para sus luchas.
Bajo su mando se formaron grandes figuras de
nuestra independencia, entre ellos los hermanos Maceo, Guillermón Moncada, Flor
Crombet y muchos otros que lo reconocieron siempre como el Generalísimo,
el general de las carga al machete, el
intransigente defensor de nuestra independencia.
Con él contó Martí para el reinicio de la
guerra en 1895, con Maceo hizo la hazaña
de llevar la guerra al occidente de Cuba
y luego se mantuvo irreductible en La Reforma asediado por miles de soldados
españoles hasta el fin de la guerra con la ocupación yanqui.
Fue el único de los grandes iniciadores que
sobrevivió a la guerra, manteniéndose en un espera razonable para ver que iba a
pasar con Cuba y su libertad, a su campamento vinieron a verlo como emisarios
del presidente McKinley, el periodista
Foster amigo del presidente yanqui y Gonzalo de Quesada.
Con él se habló para disolver al Ejército
Libertador, precario y necesitado después de la guerra y se enemistó con la
Asamblea Constituyente de la República en Armas que le negó autoridad y los
destituyó en 1899, el pueblo entero fue a la Quinta de los Molinos a
respaldarlo, la asamblea se disolvió y
Cuba quedó sin libertadores, ni organismo legal que la representara.
Divide y vencerás, esa fue la fórmula que
aplicó el interventor con los cubanos y Gómez cayó en esa trampa.
Pudo ser el primer presidente de Cuba y se
negó, cuando reaccionó al ver el caos que vino con el personalismo de Estrada Palma
y la omnipresencia norteamericana, encabezó las luchas políticas para tratar de
enmendar el error, en esa nueva batalla lo encontró la muerte, no sobre el
caballo de batalla sino en la tribuna política.
Ese es el Generalísimo el cubano por derecho
del que todos debemos estar orgullosos, honor y gloria.
Cada hombre gana en su
vida un lugar en la sociedad, por ese lugar será juzgado por la posteridad,
querido, seguido, recordado o todo lo contrario, acorde con las ideas que
defendió o con el legado que dejó para la Historia, esa que con mayúscula marca
el devenir humano, aunque algunos
quieran negarla.
El 17 de junio de 1905 murió en La Habana
Máximo Gómez Báez, el campesino dominicano con inteligencia natural, fuerte
personalidad de mando e imprescindible en nuestras luchas libertarias del siglo
XIX.
Nació en Baní, República Dominicana el 18 de
noviembre de 1836 y desde muy joven optó por la carrera militar, primero en las
fuerzas dominicanas, luego al servicio de España cuando los dominicanos
decidieron regresar al dominio de España por temor a la invasión haitiana,
luego cuando el sentimiento de independencia fue más fuerte que el de seguridad
y los dominicanos quisieron ser nuevamente libres, Gómez permaneció en la
facción de quisqueyanos que prefirieron seguir junto a España, así llegó a Cuba
a la región oriental en la zona del Dátil donde se asentó con los suyos.
Algo dentro de él fue cambiando, el país de
adopción tenía como baldón a la esclavitud de los negros africanos, vio sufrir al hombre solo por su condición de
esclavo, sin derechos, vendido y comprado, asesinado si era preciso.
Ese fue el detonante del cambio y el
dominicano que fue soldado en su tierra y era campesino en la colonizada Cuba
se unió a las huestes mambisas luego de la clarinada del 10 de octubre de 1868
y Cuba ganó un defensor de sus libertades, un jefe para sus soldados, un
estratega para sus luchas.
Bajo su mando se formaron grandes figuras de
nuestra independencia, entre ellos los hermanos Maceo, Guillermón Moncada, Flor
Crombet y muchos otros que lo reconocieron siempre como el Generalísimo,
el general de las carga al machete, el
intransigente defensor de nuestra independencia.
Con él contó Martí para el reinicio de la
guerra en 1895, con Maceo hizo la hazaña
de llevar la guerra al occidente de Cuba
y luego se mantuvo irreductible en La Reforma asediado por miles de soldados
españoles hasta el fin de la guerra con la ocupación yanqui.
Fue el único de los grandes iniciadores que
sobrevivió a la guerra, manteniéndose en un espera razonable para ver que iba a
pasar con Cuba y su libertad, a su campamento vinieron a verlo como emisarios
del presidente McKinley, el periodista
Foster amigo del presidente yanqui y Gonzalo de Quesada.
Con él se habló para disolver al Ejército
Libertador, precario y necesitado después de la guerra y se enemistó con la
Asamblea Constituyente de la República en Armas que le negó autoridad y los
destituyó en 1899, el pueblo entero fue a la Quinta de los Molinos a
respaldarlo, la asamblea se disolvió y
Cuba quedó sin libertadores, ni organismo legal que la representara.
Divide y vencerás, esa fue la fórmula que
aplicó el interventor con los cubanos y Gómez cayó en esa trampa.
Pudo ser el primer presidente de Cuba y se
negó, cuando reaccionó al ver el caos que vino con el personalismo de Estrada Palma
y la omnipresencia norteamericana, encabezó las luchas políticas para tratar de
enmendar el error, en esa nueva batalla lo encontró la muerte, no sobre el
caballo de batalla sino en la tribuna política.
Ese es el Generalísimo el cubano por derecho
del que todos debemos estar orgullosos, honor y gloria.