Una vista nocturna tomada desde el Hotel Habana Libre por el singular
lente de mi amiga asturiana Sussy, a quien saludo y dedico este festejo
por La Habana
A
nosotros no nos cabía dudas, La Habana es una Maravilla del Mundo, en primer
lugar por su gente multiétnica, racialmente mezclada y con una alegría de vivir y salir adelante, como pocos en este
mundo violento (La Habana es una ciudad de paz) y egoísta (La Habana y Cuba son
paradigma de la solidaridad).
Como pocos he recorrido esta ciudad, no solo
en su centro histórico, archiconocido y publicitado, sino La Habana profunda,
en la que vivimos las dos terceras partes de los que en ella trabajamos,
estudiamos, disfrutamos y en muchas ocasiones la maltratamos.
La Habana no es un nido de rascacielos, aunque
tiene su Vedado con emblemáticos y fundacionales edificios que hablan del cómo
comenzó todo. Hoy son niños de teta El Focsa, el Habana Libre, el Somellán,
gigantes pigmeos que embellecen el paisaje habanero desde su terraza marina que es ese Malecón
saludable y hermoso, visitado a diarios por miles de personas, cubanos y
turistas.
La Habana es una ciudad de resistencia donde
el turista se asombra de su museo rodante, cientos de automóviles y camiones de
las décadas del 60, 50 y más atrás.
En
La Habana todo es eterno y todo deja su huella, sino mire a su bien conservado
centro histórico, Patrimonio de la Humanidad y con uno de los más eficientes
modelos de gestión local auspiciado por la Oficina del Historiador de la Ciudad, ese mismo (Eusebio Leal) del que nos sentimos
orgulloso por su elocuente retórica y por ese “decir es hacer”, que aún en
medio del caos fue fuente de inspiración y continuidad.
Pero subamos a mi barrio, ese municipio “10 de
Octubre” con epicentro en la loma de Jesús del Monte, donde una iglesia rural
antigua y hermosa preside el día a día del espacio más densamente poblado de La
Habana. Este espacio territorial tiene ejemplos de arquitecturas de todo tipo,
desde Art Noveau y Art Decó, hasta el intento ecléctico de los maestros de obra
catalanes: La Víbora, Santo Suárez, Luyanó, Lawton, todos barrios populares con
historia, unidos por esa vena cenital que es la Calzada de 10 de Octubre, esa
misma Calzada de Jesús del Monte por la que bajó la rebeldía de los vegueros por el siglo XVIII.
La Habana inmensa crecida en Guanabacoa y
regla, al otro lado de la bahía, el Marianao, al otro lado del fundacional río
Almendares, con su exclusivo Miramar, el
último refugio de la burguesía cubana y sus palacetes pretenciosos creados por
la segregación del dinero, junto a un mar más tranquilo, lejos de la plebe. Hoy
es zona de embajada, residencia de extranjeros, de cubanos famosos (desde
artistas y deportistas hasta políticos), una zona exclusiva que se salpicó de
pueblo con los “Planes de becas” de la Revolución allá por los 60, llenando de
hijos del pueblo ese espacio exclusivo.
Esta es La Habana, la que tarda en resolver
sus problemas de salubridad, de reparación de viviendas, de aglomeración
poblacional, la meca del provinciano, la que resistió siempre y a la que
resulta muy difícil encontrar el gentilicio de habanero, en más de tres
generaciones de una misma familia, la capital de todos los cubanos.
José Martí un habanero íntegro y leal dijo de
ella: “La Habana no peca de miedo... es soldado La Habana…como la isla toda”, así
es ella, la ciudad que siempre nos asombra.