“Injértese en nuestras repúblicas el mundo;
pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”
José Martí
En su célebre ensayo “Nuestra América” aparecido en enero de 1889 están estas palabras que resume con certeza su concepción de cultura partiendo del mantenimiento de aquellos elementos que la hace auténtica y única aunque en interacción constante con el resto del acervo cultural humano.
Recordemos que “Nuestra América” fue escrito por José Martí a modo de resumen de sus ideas sobre el neurálgico tema de la identidad latinoamericana en momentos en que se cernía sobre los pueblos de esta parte del mundo los peligros de anexión y absorción cultural por las grandes potencias capitalistas, incluyendo a los Estados Unidos, ya por entonces un paradigma para la intelectualidad y la gente con poder que veían en esa nación vecina el modelo a seguir, el ideal de nación y la posibilidad de imitarlos.
Frente a ese mimetismo surge la palabra de Martí advertidora y valiente para reivindicar todos aquellos elementos autóctonos que hacen diferentes a estas naciones de origen latino con fuertes elementos mestizos y una cultura ancestral que tiene su base en los pueblos originarias que estaban aquí antes de la conquista.
Era una frase que incluían también a Cuba, aún colonia cuando él escribe esta obra, pero con un pueblo que ya se reconoce otro frente a la metrópoli colonial español.
Toca a José Martí el reconocimiento pleno de la madurez cultural de su pueblo, reconocerlo en toda su plenitud en los relatos de su emigración revolucionaria que cuenta con orgullo los avatares de la “Guerra Grande”, canta sus canciones, añora sus paisaje, mientras espera el reinicio de la contienda por la independencia para incorporarse a la tarea de hacer libre a su nación.
Él mismo es fruto de esta cultura criolla madura y en transito de cubanía, educado por maestros cubanos que están orgulloso de serlos, que enseñan una literatura nacional que ya ha dado frutos de calidad y poetas como José María Heredia, Plácido, Zenea y otros muchos que primero se reconocieron en el paisaje cubano y luego fueron encontrando sus huellas en el pueblo y la isla que los vio nacer.
Cuba era mucho más y la fragua de lo nacional siguió el derrotero martiano: en medio de la frustración y la rebeldía, el pueblo cubano forjó una cultura de resistencia que soñaba en versos de Guillén, pinta en la trasparencias de Carlos Enrique y la mulatez de Wilfredo Lam, canta en los sones y las rumbas de cualquier barrio, se permite el hermetismo creador del Grupo Orígenes, hace teatro con Paco Alfonso y Piñeras y se vuelve compromiso político en Villena, Marinello, Carpentier, Carlos Rafael, Raúl Gómez García, para ir forjando con todos ese tronco fecundo de la cultura cubana al que constantemente se inserta el mundo, para bien.
La Revolución Cubana triunfante el primero de enero de 1959, encuentra una cultura nacional madura y activa, fecunda y representativa, que saluda el cambio y se une a él, acepta el reto y nuevas savias que vienen de lugares disímiles. Fue necesario aceptar el reto de alfabetizar un pueblo, de masificar cultura y vestir el arte de campesino y obrero para fecundar el árbol de lo cubano, sin olvidar que el reto era “...injertar en nuestras repúblicas el mundo” fuera cual fuera el mundo y nuevas formas de ver la cultura y el arte llegaron en medio de las transformaciones y la cultura cubana creció, asimiló la savia nueva y Martí siguió diciéndonos “...pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”
Un pueblo crecido en estos 62 de Revolución, ha consolidado una cultura donde “el ejercicio de la soberanía nacional es la mejor escuela del espíritu, y del alma de un pueblo, el único medio de mantener despiertas sus virtudes cardinales.”[1]
Donde puede considerarse que la cultura es una “... estructura asimiladora que digiere materiales extraños y que evolucionan sin perder por ello la conciencia de su identidad. Esa asimilación le enriquece y no puede afectar a su destino.”[2]
Estas palabras escritas cien años después de la frase de José Martí, tienen el mismo objetivo de destacar la importancia de mantener las raíces de todas formación cultural como único modo de sobrevivir a los intentos hegemonistas de las culturas dominantes del primer mundo dueñas de los medios de comunicación y por ello vendedoras de modelos para los países de “menor desarrollo” cultural
La Revolución Cubana, como obra y continuidad histórica de las luchas y el pensamiento de José Martí basa su política cultural en este dilema de intercambio cultural que desde el siglo XIX nos plantea Martí, no para dar la espalda al mundo sino intercambiar con él, asimilar y dar, crecer en la fusión pero teniendo bien claro cuales son las raíces que deben prevalecer para conservar la identidad de una cultura, hija ella misma del intercambio pero rica en peculiaridades que le dan signo de otredad y fuerza.
La Revolución Cubana creó la oportunidad de desarrollo para la cultura nacional al incentivar a todos los creadores, priorizando la educación de un pueblo capaz de disfrutar del arte y la cultura auténtico, teniendo como máxima el hecho cierto de que toda la cultura puede ser popular siempre que se auténtica, refleje el sentir de los seres humanos y no se separe de las bases culturales que le dieron origen.
Otro principio básico para toda cultura revolucionaria está centrado en el hecho de que la cultura está en constante cambio que ese proceso de “fusión” del que tanto se habla en la actualidad en algo inherente a las culturas nacionales en constante interacción unas con otras, para enriquecerse y salir fortalecidas, ese fenómeno es el que recoge José Martí en ese ensayo fundacional que es Nuestra América, donde no se habla de chovinismo, ni nacionalismos estrechos, sino de culturas en constante fusión para dar lugar a otros fenómenos nuevos en el ámbito del arte, la literatura y la vida y que solo el tiempo y el pueblo al que va dirigido avalará con su aceptación y desarrollo.
Otro cubano imprescindible, Fernando Ortiz, no por gusto llamado el tercer descubridor de Cuba, devela este fenómeno de fusión cultural que ha llevado al pueblo cubano al desarrollo de una cultura mestiza de muchos componentes, pero donde se destacan dos grandes conglomerados culturales: los de origen ibéricos, venidos con los conquistadores y los de origen africanos, mezclados a fuerza de dolor e incomprensiones a lo largo del desarrollo de una economía plantacionista que tuvo al esclavo africano como principal mano de obra.
A este proceso de “transculturación”[3] Fernando Ortiz lo comparó con el famoso “ajiaco cubano” al qué constantemente se le está añadiendo un nuevo condimento y ¿qué es este proceso sino el mismo al que José Martí se refiere en la frase que encabeza este trabajo, solo que para Martí esto se completa con un componente ideológico fundamental, la defensa de la autenticidad para mantener la soberanía y la libertad, por eso “el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”, lo cual tiene una vigencia primordial en este siglo XXI en el que se proclama la creación de una sola cultura universal, basada en el consumo de productos culturales, “fáciles de consumir” por todos y alienadores de la condición humana, rica, compleja y en constante desarrollo.
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