En
Cuba el tema de los amores de José Martí es algo que levanta serias polémicas
entre entendidos y gente de pueblo que conocen al Maestro por lo mucho que su
vida y su legado se difunde.
Poeta, romántico soñador, apasionado, creció
con la rima en mente y luego sus imágenes superaron aquel encabalgamiento para
regalarnos sus versos rebeldes nacidos del alma, sin rima, tocando todos los
tonos espirituales de un hombre que se multiplica entre el deber político y el
brotar forzoso de sus años.
Ya desde sus años juveniles se habla de aquel
amor platónico por la Micaela de Mendive, “la que se hizo enterrar con sus
carta y sus versos”, según la leyenda del rumor no confirmada.
En España, joven y rebelde goza de un amor
adultero que después condena por ética, pero que vivió como hombre; luego fue
Blanca de Moltalvo la zaragozana que hizo estallar la “breve flor de su vida”;
el deslumbramiento en México, veinteañero aún, bohemio y exitoso en ese mundo
intelectual pre modernista que lo hizo amar, sufrir despechos, para caer luego
rendido por una mujer de carácter, la camagüeyana Carmen Zayas Bazán Hidalgo,
quien le hace olvidar las aventuras de camerino y catas fortuitas, y por vez
primera lo compromete al matrimonio como ideal del amor y la tranquilidad
familiar.
Novio de Carmen conoce en Guatemala a María
García Granado, la adolescente que lo ama sin condición y a quien entregó los
restos románticos de sus amores insensatos. Este nuevo amor platónico será tal
vez el más conocido y especulado, justo por el poema IX de “Versos Sencillos”[1],
inmortalizador epitafio de un amor imposible.
El ser político, consagrado y centrado,
llevará la tormenta al hogar soñado y la estoica Carmen reclama y espera por el
hombre del hogar, no solo por el amoroso esposo, sino el asegurador del
porvenir de su hijo.
En esa rivalidad de Patria y Hogar, Carmen
pierde y la ruptura vendrá luego de varios intentos por rehacer el hogar en
tierra extraña; pero esta “alma trémula y sola” que es Martí, encuentra en las
frías calles neoyorquina a una amiga que comparte sus anhelos por la isla
irredenta y sin que medie ninguna justificación lógica, porque el amor nunca lo
es, y el sufrir sea el resultado de lo prohibido, Carmen Miyares termina siendo
el amor maduro de un hombre en la tormenta, sin que puedan negarse otros
escarceos, otras “pasiones pasajeras” que lo hacen leyenda entre poemas y
cartas. Este es también nuestro José Martí, el que quiero recordar este 14 de febrero.