Martí en la emigración
Pintura de Roberto Diago
El
24 de febrero de 1895 se produjo un hecho esperado y gloriosos en la historia
de la isla de Cuba, entonces colonia de España con el apoyo de los sectores
ricos de la sociedad colonial, tanto
criollos como peninsulares, incapaces de sacar lección de la decisión de los
cubanos por ser libres, tras los diez primeros años de cruenta lucha por su
independencia.
Se iniciaba un nuevo período de guerra para
expulsar de la isla el colonialismo español enraizado desde hacía cuatro siglo
en la Mayor de las Antillas. Esta vez el movimiento emancipador venía
encabezado por un hombre de claras ideas separatistas, actualizado en el
panorama político de su momento histórico y decidido a cambiar no solo la
condición política de la isla, sino su basamento social lastrado por la
esclavitud de hombres y mujeres de origen africano que apenas 9 años antes
habían sido emancipado por el gobierno de España, poniendo fin a su oprobiosa
condición.
Mucho
tiempo antes en 1868 los primeros cubanos que se levantaron por su
independencia liberaron de la servidumbre a sus esclavos y los llamaron como
iguales a luchar por la patria común que de un modo u otro habían construido.
José Martí y su Partido Revolucionario Cubano,
estaban al frente de aquel segundo momento de las luchas por la libertad de la
isla, desde el exilio, apoyado por la emigración cubana asentada en los Estados
Unidos llamó a la unidad de todos, sin distinción de clases, ni razas,
proponiendo la creación de la República que tuviera por Ley primera la dignidad
plena del hombre y donde se conquistara toda la justicia posible para los
pobres de la tierra, esos que fueron mayoría en la adhesión al movimiento y los
primeros en morir en los campos de batalla.
Se iniciaron, ese 24 de febrero, los más
cruentos días para el pueblo cubano, España no estaba dispuesta a perder lo que
consideraba parte inseparable de su territorio, ni los dividendos que esta
próspera colonia dejaba al fisco real, por lo que se empeñó en sofocar a toda
costa aquel movimiento popular y revolucionario.
El saldo fue la muerte de más de 300 mil
personas, combatientes y civiles, la destrucción de las dos terceras parte de
las riquezas del país, la pérdida de valiosos líderes cubanos en el empeño
libertario, entre ellos el propio José Martí y el inclaudicable general Antonio
Maceo, síntesis ambos de los mejores valores de la patria mestiza y libre que
aspiraban a construir.
La intervención norteamericana en junio de
1898 mediatizó la posible victoria de las armas cubanas y dejó pendiente sobre
el futuro de Cuba la alternativa anexionista que siempre fue la aspiración de
los intereses de las oligarquía, tanto la yanqui, como buena parte de los
sectores criollos y peninsulares presentes
en Cuba.
La República de Martí, “con todos y para el
bien de todos” quedaba pospuesta.